Por Gustavo Bell Lemus*
La proliferación de urbanizaciones que se construyen entre la prolongación de la Vía 40 y la carrera 53, en la zona denominada Brisas de Mallorquín, ha generado una deforestación masiva del bosque seco tropical. El impacto que estos proyectos urbanos traerán consigo amenazan el equilibrio eco-ambiental de Barranquilla y el bienestar de sus habitantes
A mediados de junio de este año el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, volvió a llamar la atención sobre la situación que vive el mundo entero por el cambio climático.
En una reunión con un grupo de líderes de la sociedad civil expresó, con palabras cargadas de dramatismo, la necesidad de acelerar todas las medidas tendientes a reducir en el menor tiempo posible el calentamiento global, en especial aquellas relacionadas con la transición hacia el uso de energías limpias.
“Nos estamos precipitando hacia el desastre, con los ojos bien abiertos… es hora de despertar y encarar la realidad…”, e hizo especial énfasis en que, en todos los países, sin excepción, deben escucharse las voces de la sociedad civil: “Esta debe ocupar un lugar en la mesa ayudando a definir la política, y sobre el terreno ayudando a conseguir el cambio”.1
Desde que se escucharon sus dramáticas palabras, el mundo ha presenciado en tan solo tres meses varios desastres que corroboran sus advertencias: los voraces incendios en la isla hawaiana de Maui, en Grecia, en Portugal, en el sur de Francia, en Canadá, como también las impresionantes inundaciones en China, Hong Kong, España y Libia.
La preocupación por la acción del hombre sobre el planeta no es reciente, pero empezó a trascender a todas las naciones del mundo en 1968 con la constitución del llamado Club de Roma, que reunió a un grupo de científicos y políticos para reflexionar sobre ese tema. Dos años más tarde el Club se formalizó en Suiza y publicó un primer informe titulado Los límites del crecimiento, clamando por las devastadoras consecuencias que tendría para la humanidad la sobreexplotación de los recursos naturales a que estaba sometida la Tierra. El informe ha tenido varias actualizaciones por la sencilla razón de que cada año cobra más vigencia.
El calentamiento global dejó efectivamente de ser una amenaza latente para la supervivencia de la humanidad y se convirtió en una realidad próxima a todos. El uso intensivo de combustibles fósiles por la industria, y la creciente deforestación de los bosques en muchos países del mundo son las principales causas del aumento de las temperaturas, que año tras año venimos experimentando y sufriendo quienes todavía nos despertamos todas las mañanas en este planeta azul.
La realidad es ineludible: si no tomamos medidas para mitigar las causas del cambio climático y la degradación ambiental, sus consecuencias serán abrumadoras. Esta situación ha impulsado una profunda revisión de los modelos de desarrollo y planificación urbana de las ciudades y sus alrededores. Cada vez hay más conciencia de la importancia de preservar los bosques que rodean las áreas urbanas y de valorar lo que representan para la salud física y mental de sus habitantes. Además, es esencial proteger la diversa fauna que habita en estos ecosistemas y fomentar la siembra de especies nativas en sus alrededores. Estas son solo algunas de las medidas necesarias para abordar los desafíos ambientales que enfrentamos y construir un futuro más sostenible para nuestras ciudades y comunidades.
Barranquilla no es, por supuesto, ajena a esa realidad. Por ello no podemos ser indiferentes a los desafíos que ella representa para quienes aquí vivimos, ni irresponsables con las futuras generaciones que aquí nacerán y vivirán. Debemos además honrar la memoria de quienes, como Armando Dugand Gnecco, advirtieron tan temprano como en 1947 de los desastres que se estaban produciendo en los manglares a lo largo del estuario del río Magdalena por las obras de Bocas de Ceniza.2
Y no podemos ser indiferentes, máxime, si tenemos en cuenta que varios estudios interdisciplinarios recientes muestran el creciente deterioro de los ecosistemas del Área Metropolitana de Barranquilla, especialmente los naturales.3 Es decir, aquellos que son fundamentales para el bienestar humano, como la regulación del clima, la orientación de las brisas, la fertilidad del suelo y el control de las inundaciones; y que están representados por el bosque seco tropical y los manglares localizados en el nororiente de la ciudad. Sin embargo, esos ecosistemas, cuya protección debería ser una prioridad para la sociedad entera y para el Estado –reflejados en los planes de ordenamiento territorial–, en el caso de Barranquilla no parecieran estarlos.
Es lo que apreciamos a simple vista con la proliferación de urbanizaciones que actualmente se construyen entre la prolongación de la Vía 40 y la carrera 53, en la zona denominada Brisas de Mallorquín, que ha implicado una deforestación masiva del bosque seco tropical, con todo el impacto eco-ambiental que ello trae y traerá consigo.
No podemos ignorar que esa zona colinda con el designado sitio Ramsar “Sistema Delta Estuario del Río Magdalena, Ciénaga Grande de Santa Marta”, que incluye el Parque Isla Salamanca.4 Los sitios Ramsar son humedales considerados de importancia internacional por sus funciones fundamentales para la sostenibilidad del medio ambiente, y por su valor cultural y científico. Basta observar las enormes dunas que se formaron con el trazado de las futuras vías para dimensionar el daño que se le está infligiendo al bosque seco tropical de la ciudad. No creo que se requiera ser un experto ambientalista para prever el impacto negativo que esas urbanizaciones tendrán en la calidad de vida de sus residentes.
Y como si no fuera suficiente con esas urbanizaciones, ya se anuncia el inicio de la construcción de la denominada Ciudad Mallorquín en terrenos del Grupo Argos, los últimos rescoldos de bosque seco tropical en el perímetro urbano de la ciudad. Como quien dice, la última joya que le queda al ecosistema natural de Barranquilla.
Lo señalan aquellos que han tenido el privilegio de recorrer sus senderos y apreciar sus riquezas naturales. En efecto, a comienzos de febrero de 2021, un grupo de profesores de Geociencias y Química de la Universidad del Norte visitaron ese santuario y dejaron constancia del potencial científico que tiene para actividades académicas en áreas de la Física, Geociencias, Química y Biología.5
Los profesores observaron además 39 especies diferentes de aves, entre ellas una nativa, conocida como guacharaca caribeña, y algunas otras especies migratorias.6 No hay duda de que esa riqueza de aves se debe a su cercanía con la Isla de Salamanca (Sitio Ramsar), considerada como una pista internacional para las aves que, huyendo del invierno del hemisferio norte, llegan por miles a desovar y a buscar alimentos para sus crías hasta emprender el viaje de regreso. Todo este desarrollo urbano es a todas luces incongruente con el Parque Mallorquín, pues va a reducir el espacio para las aves al poner una mayor carga a la zona por la circulación de vehículos –alimentados con combustibles fósiles; incluyendo el mío, por supuesto– y aguas residuales.
Tampoco podemos descartar la presencia en esos terrenos de huellas de nuestros antepasados precolombinos. Sabido es de la existencia de pueblos concheros en las riberas del Magdalena que datan de varios siglos antes de Cristo, que posiblemente erraban en algunas épocas del año por esos terrenos.
La construcción de las urbanizaciones que avanza imparable en el nororiente de la ciudad, como las que ya se anuncian en otras zonas contiguas, se ejecutan según el uso del suelo contemplado en el Plan de Ordenamiento Territorial de Barranquilla 2012 – 2032. Es decir, esas obras están amparadas en la legalidad, sin duda están bien diseñadas desde el punto de vista arquitectónico, y generarán un número considerable de empleos en sus años de construcción. No obstante, nos preguntamos si ese POT priorizó en sus disposiciones la protección del interés público, o por el contrario privilegió una visión mercantilista de esos terrenos, justo donde se ubican los más importantes ecosistemas naturales de la ciudad. ¿Por qué, por ejemplo, no se incentivó un mejor aprovechamiento de zonas ya urbanizadas, como el Centro? ¿No hemos llegado ya a los límites del crecimiento del nororiente de la ciudad?
Parafraseando al Secretario General de las Naciones Unidas, nos preguntamos si la sociedad civil fue llamada a ocupar un lugar en la mesa donde se definió ese POT. O si solo fueron llamados los representantes de las empresas privadas propietarias de esos terrenos. Esa ha sido infortunadamente la tradición en la ciudad, tal como lo señaló en 2007 el profesor alemán Günter Mertins en el artículo El crecimiento ‘moderno’ espacial-urbano de Barranquilla: ¿Planeación pública-oficial o manejo del sector privado? 7. Su conclusión es clara: “El proceso de urbanización en el nor-occidente de Barranquilla y en las partes colindantes de Puerto Colombia está ampliamente planeado y manejado por el sector privado”.
A lo largo de la historia republicana, Barranquilla ha sufrido varias alteraciones drásticas de su entorno natural con consecuencias negativas para su medio ambiente, como lo fueron la construcción de los tajamares de Bocas de Ceniza y la carretera a Santa Marta.8 Imbuidos en la concepción del progreso –propia de la época en que fueron construidas– y sin suficiente conocimiento de sus impactos ecológicos, era difícil que alguien se opusiera con eficacia a su realización.
Por fortuna los tiempos cambiaron. Esa concepción del progreso que imperó en el mundo occidental desde mediados del siglo XVIII –derivada de los planteamientos de Descartes, que convirtieron a la Tierra en una sierva del hombre– ya está más que cuestionada por sus impactos ambientales. Hoy disponemos también de abundante conocimiento científico sobre las consecuencias de la deforestación de los bosques en la salud humana, y ni qué decir en la preservación de las especies naturales.
Hoy, se supone, tenemos una sociedad civil que puede exigir la protección del interés público y la revisión de aquellas políticas que afecten sus derechos a una vida sana y a un medio ambiente sostenible. Todos quienes compartimos cada mañana el mismo cielo barranquillero tenemos el imperativo de reflexionar críticamente cómo nos estamos relacionando con nuestro entorno natural. No bastan los reportajes apologéticos sobre las urbanizaciones que se planean construir en el nororiente de la ciudad.
Hace poco el columnista de El Heraldo, Horacio Brieva, llamaba la atención sobre el mismo tema aquí tratado. Y se lamentaba de que no era mucho lo que su columna, “El caos de la expansión urbana”9, pudiera hacer al respecto. Con esta son dos, esperemos que ellas se multipliquen. No podemos ir a un desastre anunciado con los ojos abiertos… es hora de despertar y encarar esa realidad.
*Gustavo Bell Lemus
Historiador, abogado y político barranquillero. Se ha desempeñado en su carrera pública como Gobernador del Atlántico,Vicepresidente de Colombia y Embajador en Cuba durante los diálogos de paz con las FARC en La Habana.