De la Guerra del Opio a la guerra contra las drogas

                                                                  Por Norman Alarcón Rodas

 Entre 1839 y 1842, la Compañía Británica de las Indias Orientales le impuso a la China el comercio del opio, un producto cultivado en la India, lo que se constituyó en una importante fuente de ingresos para la compañía, con la reina Victoria tras bastidores. Como el gobierno chino se opuso, la Corona británica envió una flota de guerra que finalmente derrotó al Imperio Celeste. Como consecuencia, el emperador chino tuvo que firmar el Tratado de Nanking, que obligó a China al libre comercio de bienes, incluido el opio, a través de cinco puertos, el más importante Cantón, así como la cesión a Inglaterra de la isla de Hong Kong. Irrumpieron también otras potencias imperiales como Estados Unidos, Francia, Alemania y Rusia, que forzaron a China a firmar varios convenios desiguales, por los que ella quedó obligada a abrir otros once puertos al comercio exterior y a ceder parte de su territorio.

Solo fue hasta 1912 cuando la China, tras la caída del último emperador Puyi, inició el proceso de la revolución democrática hacia el capitalismo bajo la dirección de Sun Yat-sen. Y finalmente, en 1949, estableció la República Popular bajo la dirección de Mao Tsetung, base que le permitió convertirse en una de las principales potencias económicas del planeta.

Hay similitudes y diferencias entre la otrora Guerra del Opio y la actual Guerra contra las Drogas psicoactivas. En la Guerra del Opio, el principal promotor del tráfico fue el imperio británico, que le impuso su consumo al pueblo chino y, de paso, a someterlo a un dominio semicolonial que le ocasionó atraso económico, expoliación y sometimiento a crueles vejámenes.

En la Guerra contra las Drogas de la época actual, la producción de las sustancias psicoactivas se ubica en países del patio trasero norteamericano en Latinoamérica, principalmente la coca, porque la marihuana tiene como uno de los principales productores a Estados Unidos, estando legalizada en la mayoría de sus Estados. Últimamente, se señala a la China como el productor de la materia prima del mortal fentanilo.

Ya desde el 18 de junio de 1971, el presidente Richard Nixon había proclamado la Guerra contra las Drogas, estrategia que le ha servido a la superpotencia de Occidente como pretexto para intervenir en los asuntos internos de los países involucrados en el negocio. Basta mencionar el llamado Plan Colombia, una ley aprobada por el Congreso de Estados Unidos y aceptada dócilmente por Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y sus sucesores. La ley tenía como objetivo “rebajar a la mitad las hectáreas de coca”. Rebajar, no acabarlas. También le impuso al país una runfla de medidas económicas como la privatización de bancos estatales, la firma de un TLC, la especialización del agro en cultivos tropicales que no se pueden cultivar en USA, el abandono del cultivo de los cereales básicos, lo que nos ha llevado a la importación masiva de trigo, maíz y, ajonjolí, y finalmente, la negociación de paz con las FARC.

Trump ha vuelto hoy a la política de las cañoneras al enviar una descomunal fuerza naval de guerra al mar Caribe con el objetivo de liquidar a los narcotraficantes y derrotar el comercio de drogas. La decisión luce más bien como un pretexto intervencionista, pues las drogas ilícitas se consiguen fácilmente en las calles de las ciudades norteamericanas y allí los capos gozan de impunidad, como lo narrara Gabriel García Márquez en un video muy visto en las redes sociales y como lo atestiguan las crónicas de sus propios periodistas,

Hay un consenso mundial sobre los perjuicios sin cuento que arrojan el comercio ilegal y consumo de estupefacientes, pero hasta ahora no se ha logrado un acuerdo global para resolver mancomunadamente este grave asunto, lo que no es óbice para persistir en que sea a través del diálogo a instancias de las Naciones Unidas y los organismos competentes que se alcance una salida eficaz y concertada sobre la problemática. Lo inaceptable es que se utilice la ocasión, como en la época de la Guerra del Opio, para socavar la integridad de naciones soberanas.

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